martes, 20 de octubre de 2015

ENTREVISTA A SERGIO PÁNGARO




Por Eduardo D. Benítez  

La temporalidad parece no concordar. Por lo menos si nos basamos en el prejuicio, en eso que describe una apariencia perceptual ajena al formateo de los usos y costumbres del vestido y del decir en este mismísimo Siglo XXI en el que estamos inmersos. Peinado con gomina, delineado según la prolijidad de un bigote altanero, encorsetado en traje y moño que ostentan una respetable hidalguía. Sergio Pángaro parece salido de un tiempo donde lo arrabalero no excluía necesariamente la galantería, el gusto por la sofisticación, donde un fraseo poético constante dinamiza el ida y vuelta de la charla. Si nos pusiéramos cinéfilos, lo ubicaríamos fácilmente como protagonista de algún policial negro de los años cincuenta, donde el humo del tabaco y la copa de whisky a medio empinar forjasen la dinámica de cada escena. Y algo de todo esto sucede en el entrecruzamiento que Sergio Pángaro hace entre vida y arte. O en el borramiento de sus límites. En su versatilidad y vocación prolífica, no sólo alzó las banderas del buen gusto con su remisión a las décadas de oro del bolero y el mambo con una banda que hoy tiene veinte años, Baccarat;  sino que protagonizó un film hilarante sobre el mundillo del arte (El artista de Mariano Cohn y Gatón Duprat), realizó la banda de sonido de varias películas (entre ellas Animalada de Sergio Bizzio), y hasta escribió una novela exquisita titulada Los señores chinos, reafirmando en cada trabajo su voluntad de experimentación en diversos lenguajes artísticos.
 Sergio Pángaro presentó El Cisne Negro, un show donde el jazz, la actuación y la narratología se dan la mano en un marco escenográfico que, podría decirse, está casi hecho a su medida: el Bebop Club. Sobre estas y muchas otras cosas más conversamos en la entrevista que sigue a continuación.

-Solés visitar  San Telmo, Constitución, Barracas… ¿Qué cosas te convocan de esos barrios?

Viví varios años en San Telmo y Constitución. Barracas tiene el bar “El Progreso”, la sedería “José” y la casa de los leones. Lo sé por Amalia Sato, cuyo padre vivió ahí en la época en que los japoneses habían inmigrado. Constitución es el primer encuentro para quien viene de La Plata, como yo en los años ’90. Constitución como San Telmo son de una arquitectura sorprendente, igual que Barracas. Es como un Titanic hundido al que el despojo del tiempo no le quitó la elegancia. El contraste actual con los comercios alternativos y las travestis enmarcados en fachadas señoriales, es uno de los espectáculos más fascinantes del mundo. En San Telmo conocí a Enrique Symms, Bam Bam, Miranda, el bar “Bolivia”. En el “Británico” pasamos noches hablando de literatura, intercambiando textos. Viví en el edificio Marconeti frente al Parque Lezama cuando estaba íntegramente “tomado” por artistas. También me refugié en un conventillo de candomberos uruguayos.

-¿Cuál es tu relación afectiva con esa zona de la Capital Federal?

La siento como parte de mi “bautismo” porteño.

-¿Por qué se te asocia a veces con el “estilo lounge”? ¿Te sentís identificado con ese casillero estilístico o con otros géneros o estilos musicales como el rock?

El lounge nos quedó cómodo cuando quisimos pronunciarnos en contra del rock. No de la música Rock, sino del Rock como cultura institucional. En los ’90 el rock había dejado de ser rebelde, había tomado espacios de poder, así que para rebelarse contra eso, una salida ingeniosa era asociarse con la cultura de los padres del Rock, de la música complaciente pre juvenil. Claro que los que pretenden que Baccarat es música de cocktail, es que no nos escucharon.
-¿Cómo surgió la búsqueda de lo retro, que se convirtió en una marca en todos tus trabajos? ¿Es algo presente sólo en tus producciones artísticas o es una elección de vida también?

A partir de esta elección artificial, casi política, me fui identificando sin querer con los usos y maneras de la Argentina de posguerra. Quizás fantaseando con un país pujante y una sociedad fraternal. No es que crea en un paraíso peronista, eso fue pura propaganda fascista, pero en lo personal trato de hacer de cuenta que todos vamos hacia el mismo lado.

-En términos estéticos… ¿cómo construís tu inscripción en el presente con ese reenvío tan fuerte a cuestiones del pasado que tienen tus proyectos?

Si uno mira con cuidado todo se repite. A mí la historia me ayuda a no perderme en anécdotas y nombres propios. Todo empieza a verse parecido a signos en una operación matemática. La matemática es infinita pero me ayuda a no identificarme afectivamente con cosas que van a caducar tarde o temprano. Un traje va a caducar, pero hay cosas que caducan fatigosamente más a menudo. Ir detrás de las últimas tendencias es ir inexorablemente por detrás.

-¿Cómo surgió el proyecto de El cisne Negro?

A Mariano Gianni se le ocurrió hacer un espectáculo que reuniera lo qué más fácil me sale, cantar jazz e inventar historias. Esta es la historia de un cantante al que sus iniciativas se las frustró constantemente el devenir de la Historia, como por ejemplo la guerra de las Malvinas. El cisne negro ganó premios en festivales europeos. Tenía un plan maestro para adueñarse del mercado pop, pero el rock nacional frustró sus ambiciones. Un poco como la realidad.

-¿Podrías describir de qué se trata ese proyecto?

El cisne negro es un personaje caprichoso, de humor inestable con una teoría para todo. Entre canción y canción participa sus ideas a un auditorio perplejo que va sintiéndose a gusto a medida que la música del trio de jazz va ganado su confianza. Al final se establece una complicidad, sin necesidad de aclarar nada. Todos tenemos un cisne negro en lo profundo, algunos más evidente que otros.

-No es tu primer ciclo con El cisne Negro en el Bebop. ¿Qué cosas te seducen de ese espacio para volver a trabajar allí?


Es un lugar íntimo y elegante, un marco ideal para una propuesta clásica que se permite algo de experimentación. Al mismo tiempo la atención y los tragos son excelentes.

Entrevista publicada originalmente en Revista Telma.