Por Eduardo D. Benítez
“Mi afinidad con Hölderlin –evidentemente,
el mayor poeta en mi idioma- proviene de que llegó a los limites exteriores de
la lengua alemana. Exploró los limites exteriores de lo que puede hacer mi
lengua, se acercó a ese peligro”, dice Werner Herzog y establece las marcas de
una filiación intempestiva. La declaración -recogida en el libro-entrevista Manual de supervivencia realizado por Emmanuel Burdeau y Hervé Aubron en 2008, traducido y
publicado este mes por El Cuenco de Plata en la Argentina- define sucinta pero
lucidamente al realizador germano; solo haría falta cambiar “lengua” por “naturaleza
humana”. Porque Herzog, como deja en claro en estas páginas, está menos
interesado en explorar el lenguaje cinematográfico, que en profundizar y
expandir los límites del corazón humano, en hacer del cine un accesorio útil
para librar una verdadera batalla del espíritu frente a la naturaleza.
Las reflexiones sobre los
procedimientos estéticos de su cine pasan, en general, a ocupar un segundo
plano: “me burlo del estilo. La sustancia de mis
films está en otra parte”. También dirá: “no me considero un artista (…) El
cine es un oficio, en la medida en que gano dinero.” Al director le interesa
poner de relieve su capacidad intuitiva para “leer el corazón humano”, sobre
todo si existe la posibilidad de coquetear con el costo más alto: la muerte. El
registro cinematográfico parece ser algo que se da por añadidura en esos viajes
experienciales que conllevan el riesgo
de vida. Como si Herzog nos sugiriera que los rodajes son formas de absorción
cognoscitiva, una manera límite de filmar la presencia en este mundo. Para decirlo
en el idioma concreto del cineasta bávaro: “¿qué significa estar preso? ¿Qué es
tener hambre? ¿Qué es criar hijos? ¿Qué es la soledad en el desierto? ¿Qué
significa estar enfrentando a un verdadero peligro? (…) ¿Han hecho largas
caminatas? De experiencias así provienen mis capacidades como cineasta.” Resulta necesario dejar en claro que no hay en el libro
un decálogo prescriptivo sobre el quehacer cinematográfico, ni las derivas de
una conversación impregnada por la cita culturosa o el regodeo cinéfilo. Nada
de repasos detallados sobre la estética o la historia del cine, ni de recorridos
cronológicos por la filmografía del director de Fitzcarraldo. Aunque similar
en su registro dialogal, en cierto sentido Manual
de supervivencia difiere mucho de la descripción obsesiva que se propuso
Truffaut en ese libro-entrevista célebre que es El cine según Hitchcock. Las referencias artísticas son más que
nada hacia esos escritores viajeros que Herzog admira: Kapuściński, Joseph
Conrad, Bruce Chatwin. Pero sobre todo, son los héroes desangelados que retrata
en sus documentales los grandes homenajeados del libro: Timothy Treadwell (Grizzly man), Klaus Kinski (Enemigos Íntimos), Juliane Koepcke (Wings of Hope). Muchas de las anécdotas
que aquí se esbozan, en las que las empresas humanas se obstinan por develar un
lado misterioso que el azar de la naturaleza pareciera esconder, presentan al
propio Herzog como uno de esos personajes fascinantes que él mismo retrata.
Reseña publicada originalmente en Revista Haciendo Cine.