El
inminente aterrizaje de la ex actriz porno y escritora Sasha Grey en las bateas
de las librerías locales -acompañada por una enorme campaña promocional- puede
explicarse como claro oportunismo publicitario y de marketing. El auge de cierta literatura erótica para
señores/as y señoritas/os advenedizos que impulsara la trilogía de la británica
E.L. James (Cincuenta sombras de Grey)
allanó el camino para la aparición de novelas como La sociedad Juliette. De todos modos, el prejuicio según el cual
Sasha Grey (a partir de un virtuosismo narrativo basado en un currículum
nutrido por el triple X) estaría más capacitada para delinear escenas
“picantonas” al arratonado lector, que E.L. James, una simple señora de su casa
dotada sólo de un mínimo resto de osadía para “imaginar” detalles de la
experiencia sexual; se desmorona fácilmente.
Si en la trilogía de las Cincuenta sombras…hay una mínima
pretensión por sugerir y no subrayar ramplonamente las acciones gestionando un
inapreciable deseo de leer más; en La
sociedad Juliette la traslación directa de un excesivo subrayado y un tono
cuasi quirúrgico, operan en la descripción de cada escena de sexo como regla
inamovible. La historia es simple y esquemática. Catherine, una estudiante de
cine sumida en una rutina abúlica y desencantada que comparte con un novio demasiado ensimismado en el
trabajo, decide iniciarse (apadrinada por su amiga Ana) en el descubrimiento de
un sociedad secreta con prácticas bastante peculiares. Esa especie de
organización masónica conformada por un grupo de elite (funcionarios públicos,
grandes empresarios, miembros de la Iglesia) se reúne por un interés común en
la exploración del sexo grupal, en la concreción de las fantasías más sombrías,
que pueden incluir vejaciones de variadas modalidades. Maravillada por ese
nuevo mundo, Catherine hará un recorrido de autoconocimiento signado por el
fetichismo y el hardcore. Sin embargo, todo este argumento anclado en los
engranajes del poder referidos a las relaciones sexuales, comienza a licuarse
cuando aparece una subtrama que nos arrebata del registro porno y nos inserta
en una novela pseudo policial. Como si -de manera muy conservadora- se renegara
de la consumación del libro a partir del género erótico, para dar paso a una
más “respetable” fabulación de intriga o espionaje. El punto de vista a partir
del cual ese club secreto con libido de alto rango, empieza a tejerse según la
perspectiva de un thriller conspirativo (remedo rudimentario de Ojos bien cerrados de Stanley
Kubrick) está inserto en la totalidad de
la historia de manera caprichosa, con evidente efectismo.
Reseña publicada originalmente en Revista Haciendo Cine.