martes, 10 de diciembre de 2013

LA SOCIEDAD JULIETTE de SASHA GREY



El inminente aterrizaje de la ex actriz porno y escritora Sasha Grey en las bateas de las librerías locales -acompañada por una enorme campaña promocional- puede explicarse como claro oportunismo publicitario y de marketing.  El auge de cierta literatura erótica para señores/as y señoritas/os advenedizos que impulsara la trilogía de la británica E.L. James (Cincuenta sombras de Grey) allanó el camino para la aparición de novelas como La sociedad Juliette. De todos modos, el prejuicio según el cual Sasha Grey (a partir de un virtuosismo narrativo basado en un currículum nutrido por el triple X) estaría más capacitada para delinear escenas “picantonas” al arratonado lector, que E.L. James, una simple señora de su casa dotada sólo de un mínimo resto de osadía para “imaginar” detalles de la experiencia sexual; se desmorona fácilmente. 

Si en la trilogía de las Cincuenta sombras…hay una mínima pretensión por sugerir y no subrayar ramplonamente las acciones gestionando un inapreciable deseo de leer más; en La sociedad Juliette la traslación directa de un excesivo subrayado y un tono cuasi quirúrgico, operan en la descripción de cada escena de sexo como regla inamovible. La historia es simple y esquemática. Catherine, una estudiante de cine sumida en una rutina abúlica y desencantada que comparte  con un novio demasiado ensimismado en el trabajo, decide iniciarse (apadrinada por su amiga Ana) en el descubrimiento de un sociedad secreta con prácticas bastante peculiares. Esa especie de organización masónica conformada por un grupo de elite (funcionarios públicos, grandes empresarios, miembros de la Iglesia) se reúne por un interés común en la exploración del sexo grupal, en la concreción de las fantasías más sombrías, que pueden incluir vejaciones de variadas modalidades. Maravillada por ese nuevo mundo, Catherine hará un recorrido de autoconocimiento signado por el fetichismo y el hardcore. Sin embargo, todo este argumento anclado en los engranajes del poder referidos a las relaciones sexuales, comienza a licuarse cuando aparece una subtrama que nos arrebata del registro porno y nos inserta en una novela pseudo policial. Como si -de manera muy conservadora- se renegara de la consumación del libro a partir del género erótico, para dar paso a una más “respetable” fabulación de intriga o espionaje. El punto de vista a partir del cual ese club secreto con libido de alto rango, empieza a tejerse según la perspectiva de un thriller conspirativo (remedo rudimentario de Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick)  está inserto en la totalidad de la historia de manera caprichosa, con evidente efectismo.  

Reseña publicada originalmente en Revista Haciendo Cine

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