Por Eduardo D. Benítez
La velocidad y el frenesí de la urbe imponen ritmos
de montaje, nos escatiman porciones de ciudad que siempre pasamos por alto.
Sobre todo en los desplazamientos céntricos. Allí, nuestra vida cotidiana de
porteños inmersos en el mascullar rabioso del fanatismo monotributal, de la
cadetería motoquera que yuga en un grand
prix de metas bancarias, de esas caminatas-peripecia de seres invertebrados
gambeteando otros seres invertebrados, del estupor mental ante la novedad que
hace andar con paso de oruga al ocasional turista; toda mirada se abstrae del
mundo. Cierto destino mental (póngale por caso: un nuevo reclamo en la sede
central de la Afip, una cita esperando por la pizza y la fainá en la pizzería
de preferencia) es el único señuelo. Y en ese raíd, calles, vehículos,
edificaciones, transeúntes, son barreras desafiantes que se interponen, son fragmentos
de experiencia que preferimos descartar, por que bloquean la tan ansiada
comunión entre nuestro caminar y nuestro Destino. Este preámbulo, nutrido
de exageración y barroquismo, simplemente ayuda a señalar la necesidad de
levantar la vista, de “bajar un cambio”,
para darnos la posibilidad de encontrarnos -en esas mismas calles que
incansablemente transitamos- con avistajes inéditos, con excursiones arquitectónicas
que animan la comprensión de un tejido urbano tan complejo y heterogéneo como es
el de Buenos Aires. En ese contexto, el Palacio Barolo se erige como uno de los
rincones más interesantes para descubrir y disfrutar. Su monumental
construcción, se encuentra ubicada en Avenida de Mayo al 1370 en las cercanías
del Congreso, en medio de una zona que conjuga la evocación de una hidalguía
del pasado plasmada en edificaciones históricas; con la “polucion” visual de
carteles, publicidades, casas de electrodomésticos y locales de fast food deudoras de la tecnificación
contemporánea. El también llamado Pasaje
Barolo (por sus características
constructivas que conectan mediante una galería
la Avenida
de Mayo a Yrigoyen), es el resultado creativo del arquitecto italiano Mario Palanti, quien a pedido del empresario
textil Luis Barolo ideó lo que fue el edificio más alto de la ciudad al momento
de su inauguración en 1923. Concebido con cierta pretensión de monumentalidad,
el Barolo cuenta con veintidós pisos (hoy funciona como edificio de oficinas) y
mide cien metros, primer dato que nos señala las posibles coincidencias con los
cien cantos que conforman La Divina Comedia. Estudioso y entusiasta de esa obra, existen teorías
que afirman que Palanti, diseñó el edificio con la explicita intención de emular
la obra de Dante Alighieri, con tres niveles horizontales de espacios y ribetes
diferenciados que se asemejan con la composición narrativa dividida en
infierno, purgatorio y paraíso. Allí reinan numerosas referencias explicitas o
solapadas a la obra del poeta latino. En el Palacio pueden apreciarse, entre
lujosas lámparas de hierro negro, las gárgolas y serpientes que custodian el
averno, los cóndores en plena ascensión divina, la culminación en una fastuosa
cúpula central y faro simbolizando la iluminación paradisíaca, celestial. Es ese faro el que se constituye en uno de los
mayores atractivos de este bellísimo edificio, que ofrece excursiones nocturnas
desde donde se puede avistar la cuidad entera.
Quienes están inmersas en estas cifras
misteriosas y en los entretelones que el Barolo ofrece al mundo son Valeria Dulitzky y Julieta Ulanovsky. Ellas tienen desde hace
veinte años un estudio de diseño ubicado en el piso 15 del edificio. “Cuando éramos chicas teníamos un amigo, que ya era diseñador gráfico
(Daniel Galliganni) y tenía su estudio en la torre. Ese espacio nos marcó. Era
y sigue siendo un lugar maravilloso. Cuando apareció la oportunidad de mudarnos
al Pasaje Barolo, no lo dudamos ni un instante”, dice Ulanovsky, los motivos
que sedujeron a esta dupla de diseñadoras a afincar su estudio en el histórico
predio. Ambas diseñadoras decidieron hacer un sentido homenaje al edificio, que
saldrá a la luz muy pronto en formato libro, titulado Divino Barolo: “Nos gusta
mucho hacer libros, nos gustan los proyectos propios, nos gusta el edificio con
locura, y no existía un libro sobre este lugar. Estamos acá hace 20 años pero
recién hace poco que el edificio tiene una muy buena administración que lo
cuida y restaura. Eso fue definitivamente inspirador”, nos comenta Ulanovsky,
y continuamos la charla.
,
-¿Cuál es
la propuesta del libro? ¿Cómo invita al lector a recorrer las historias y mitos
del Barolo?
-El libro
invita a un recorrido. Empieza enfrente mirando la totalidad y a partir de
allí, ingresa y sube. Vamos intercalando textos, ideas y datos. Mostramos los
espacios y también los detalles. Se ve lo lindo y se ve lo raro que también es
parte. Lo original, lo restaurado y lo bastardeado. Desde que tenemos el
estudio acá hemos sacado fotos incansablemente. Con esas fotos armamos un
primer esquema. Después contratamos a Damián Benetucci, un fotógrafo
profesional y amante del edificio para hacerlo bien y en serio. También hay
material de archivo, entrevistas y textos elaborados especialmente.
El libro puede resultar de interés para
los estudiosos de Dante. Porque como se esbozaba más arriba, son numerosas las “historias” que vinculan al Palacio Barolo
con La Divina Comedia. “Hay muchas historias y muchos enfoques.
Tratamos de mostrar varias caras del tema, de abrir el juego más que de develar
los misterios. No hay verdades sino un registro tanto en la imagen como en las
ideas de lo que convive hoy en relación al edificio. Trabajamos con Carolina
Muzi la edición del libro y contamos con las valiosísimas ideas de Marta
Zátonyi, Fernando Aliata, Virginia Bonicatto, Carlos Hilger y Sebastián
Schindel que compartió con nosotras datos que le habían quedado afuera del
documental “El Rascacielos Latino” sobre el Palacio Barolo”, comenta
Julieta.
-¿Cuál es la importancia del trabajo arquitectónico de Mario Palanti? ¿Cuáles son sus rasgos estilísticos característicos y en que tradición arquitectónica se inscribe?
-Mario
Palanti tiene una obra enorme. Hizo muchísimos edificios, casas, edificios de
oficinas y todos ellos tienen rasgos particulares. Una vez que los
particularizás no podés dejar de mirarlos. Por ejemplo, hay una casa en Palermo
Chico que es como un mini Barolo, con rostros de Dante y Beatriz tallados en
las puertas... Palanti no se inscribe en ninguna clasificación de las
conocidas. Del Barolo se dice que pertenece al Remordimiento italiano. Su
trabajo está claramente basado en ingeniería con importantes componentes
oníricos y místicos.
Versión de la nota publicada originalmente en Revista Telma