martes, 21 de diciembre de 2010

LA MÁQUINA DE PENSAR EN MARIO LEVRERO



Reeditado hace unos pocos meses en Uruguay por el sello Irrupciones, se consigue en librerías porteñas La máquina de pensar en Gladys, primer volumen de cuentos del genial Mario Levrero.

Por Eduardo D. Benítez

Curtido en el arte de inventar crucigramas y amante del comic, el uruguayo Mario Levrero concibió siempre su literatura desde la óptica del cuento popular, de la novela de aventuras, de la ciencia ficción...en fin, con la efervescente vitalidad de la cultura de masas. La edición de La máquina de pensar en Gladys, resume ese espíritu de manera inédita y abre una cuota más en las innumerables reediciones del mundo-Levrero que, desde hace unos años, vienen ofreciendo distintas editoriales de las dos orillas. Publicado inicialmente en 1971, La máquina de pensar en Gladys  es el primer libro de cuentos que su propio autor seleccionó entre todo aquello que había escrito en la década del sesenta. En él se condensa gran parte del complejo universo Levreriano. Digo complejo por la disparidad de sus referencias culturales y la multiplicidad de las texturas literarias que convocan estos textos. Y tal vez ese sea el gran logro a festejar del boom levreriano. Su obra no se encumbra por el abordaje de temas serios, comprometidos o por un manejo florido del lenguaje. Lo curioso es que la exaltación de los libros de Levrero tiene que basarse irremediablemente en su diálogo con lo rasamente fantástico, con el policial folletinesco, la historieta e –incluso- el pasquín de autoayuda. Todos esos atajos culturales que fueron vistos como literatura menor por los señores de las altas letras, hoy son exaltados en la prosa del escritor rioplatense. Mejor así. 

 En el recorrido de un mismo libro (también en sus otros dos volúmenes de cuentos: Espacios libres y El portero y el otro) el lector encontrará formas breves de tono surrealistas (en el cuento que da título a La máquina de pensar…), relatos largos donde la percepción del tiempo y el espacio se vuelve sofocante y opresiva (Gelatina) o la obsesiva minuciosidad en la descripción de una casa que se trastoca en un mundo desquiciado (La casa abandonada). Esa constante manera de poner en crisis una escena de lectura, de hacer convivir en un mismo plano el diario íntimo junto a escenarios de opresión kafkiana convierte a Mario Levrero (tal vez junto a su compatriota Felisberto Hernández) en un escritor inclasificable y único. Llama la atención que cuando un autor amenaza con convertirse en un relativo éxito de ventas o en un fenómeno engullido vertiginosamente por nuevos lectores, se levantan ciertas sospechas acerca de su respetabilidad literaria. La valoración de la obra de Levrero está intacta. A casi cuarenta años de la publicación de sus primeros escritos sigue siendo una fuente inagotable de descubrimientos. Parafraseando al cuento que abre este libro: la máquina de pensar en Levrero está enchufada y produce el suave ronroneo habitual. A celebrar, entonces!


Reseña publicada originalmente en Revista Haciendo Cine nº 110

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