martes, 6 de septiembre de 2011

RELÁMPAGO SOBRE EL AGUA





Por Eduardo D. Benítez


 Relámpago sobre el agua marca un límite. La escala terminal en la filmografía de un director encumbrado al calor de la política de los autores. Pero, a su vez, el límite último de los motivos filmables: la muerte. Porque en este documental  dramatizado, firmado por el tándem Wim Wenders-Nicholas Ray, se coquetea incansablemente con tensar posibilidades éticas a la hora de registrar los agónicos días finales del director de Rebelde sin causa. Wenders visita Nueva York para acompañar a uno de sus maestros, un Nicholas Ray acuciado por el cáncer que se niega a ser tratado en un hospital y prefiere compartir sus últimos esbozos de vitalidad con sus amigos. El film nos muestra, además, una especie de recorrido emocional en el que Ray se reencuentra y reconcilia con su propia filmografía a través de proyecciones en diversas salas.  

 La película -rebosante de situaciones emotivas, indignantes, trágicas- en todo momento sabe conquistar el corazón del espectador; sobre todo cuando es Ray con su cruda e innegable elocuencia quien habla y gana la escena. En cambio, cuando escuchamos las intromisiones de Wenders en off, la gesta titánica de filmar con amor la agonía del Nick Ray no parece genuina y podemos percibir que el proyecto entero fue una estafa, un capricho del universo creativo de Wim Wenders. Aunque se intente evadir o buscar diversas interpretaciones, es casi imposible dejar de considerar a Relámpago sobre el agua como el regodeo algo perverso del hijo registrando (y pronunciando) la muerte del padre, del maestro Nick. Como resultado, ese mal alumno que filma sin pudor el declive de su maestro –a través de imponer gradualmente su presencia en el film- realiza cierta autolegitimación  autoral que ya no le era necesaria a esa altura, cuando en su haber cinéfilo figuraban películas como Alicia en las ciudades (1974), En el transcurso del tiempo (1975) o El amigo americano (1977). Hacia el final del film, Wenders decide acercar su cámara hasta lo inadmisible, logrando planos casi quirúrgicos, de extrema carga invasiva hacia un Nicholas Ray que ya se despide del mundo. 



De todos modos, corriéndole cierto velo a algunas consideraciones éticas, la figuración final de Ray no puede sino causar fascinación y pavor al mismo tiempo. Porque se trata de capturar el testimonio crepuscular de un cineasta que siempre consideró que el cine es más poderoso que la vida y el elemento fundacional y último al que ofrendar su propia existencia.

Reseña publicada originalrmente en Revista Godard!

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