lunes, 29 de agosto de 2011

LA GAUCHADA DE SPINER




Luego de sus incursiones en el cine fantástico con Adios querida Luna y La sonámbula, Fernando Spiner deja de recordar el futuro y relee el pasado con un film crudo, visceral y de estirpe gauchesca: Aballay

Por Eduardo D. Benítez

La carne cuarteada, los rostros agrietados por el sol, el vino coagulado en las barbas roñosas, la sangre que nutre el latifundio, el cacho de cuero que cuelga. El mapa poético del colectivo gauchesco está compuesto de estos atributos telúricos, donde se resume el barro de una metafísica taurina, macha, que sabe decir “te quiero” a través del poder escritural de su facón. En Aballay hay un alma atormentada (Nazareno Casero, una  grata revelación) que brega por los valles calchaquíes en busca de una justicia por mano propia y que tendrá que padecer, de alguna manera, la hostilidad de esas costumbres. Pasados diez años del asesinato de su padre por parte del bandido Aballay y su pandilla, el joven merodea entre los alrededores de la estancia La Malaria para vengar su linaje. Allí los roles se trastocan, la victima esboza los rastros del victimario, el criminal se reconvierte en santo y el romance con la “china” (¿podremos agradecerle lo suficiente a Moro Anghileri por entregarnos este trabajo?) pareciera refrenar la sed de venganza. Entonces el relato da el giro necesario para plasmar una historia que reboza vigor, tanto en su revisión de las reyertas de una nación pasada, como en su crónica sentimental coronada en la argamasa del presente. Para decir, después de todo, que “en el pulso de hoy late el corazón de ayer, que es el de siempre” (Scalabrini Ortiz dixit). Gestar y repensar ese “puchero misterioso” que es la historia de las más arcanas pasiones nacionales, es tarea creativa del director Fernando Spiner en esta película. Como muchos de sus personajes, Aballay es corajuda por salir al ruedo y poblar el desierto de las filmografías gauchas. La que sigue es la conversación que HC mantuvo con el responsable de volver a poner en escena el western criollo.

-¿Qué es lo primero que te sedujo del cuento de Di Benedetto?

- Me impactó la potencia del relato, con la cual yo imaginaba que se podía hacer un western. Siempre tuve la idea de que el western es un género muy genuino a la Historia argentina, con esos territorios sin ley a conquistar, con su tremenda violencia, el tema del exterminio de los indios. Lo pensé como un relato con el que se pudiera retomar una tradición del cine argentino, conjugando el western con la gauchesca. Leí el cuento hace veinte años y dije “voy a hacer una película sobre esto, ahora”. Desde entonces hubo un recorrido muy largo de producciones que no funcionaron. Finalmente (y afortunadamente) hice la película que tenía que hacer: una película bien argentina y creo que ese es uno de sus potentes atributos. Y esto no sólo en términos de producción, también en términos de relato, porque siempre la producción involucra determinado tipo de actores, de tramas, etc.  Aballay fue hecha sin ninguna ecuación ligada a la coproducción. Es una producción argentina. 

 -¿Cómo es que se combina el western y lo gauchesco, donde están los límites de uno y de otro? 

-Al decir “western” uno se imagina la conquista del oeste americano. En este caso hicimos una película de gauchos argentinos. Lo único que tiene de western es la venganza, el duelo y la estructura del relato. A su vez, Aballay está un poco corrida de la épica gauchesca tradicional como la conocemos en la literatura, sobre todo porque no es pampeana…

- La diferencia pasaría por lo regional…

- Claro, por ejemplo la gauchesca borgeana, Juan Moreira y Pampa Bárbara transcurren en La Pampa húmeda…Nosotros hicimos una gauchesca del noroeste, en los valles calchaquíes, para abrir un poco más el género y darle un color nuevo. En los escenarios donde se sitúa Aballay hay un abanico visual inédito y, además, el gaucho se mezcla con lo indígena…


- Comparativamente, pareciera que el cine brasileño se ocupó más de pensar su identidad nacional retratando la figura de los cangaçeiros –pienso en Glauber Rocha o Lima Barreto- al igual que en EEUU se hizo con los cowboys… ¿te parece que no se tematizó al gaucho lo suficiente aquí, que ese género fue poco explorado en el cine argentino?

-Si, en principio dejame decirte que las referencias a las que me ceñí cuando hice la película fueron Glauber Rocha y Sam Peckinpah. Dios y el Diablo en la tierra del sol fue una película que me impactó profundamente. Y también las películas de Favio, por la religiosidad, la espiritual, lo pagano. No sabría decirte muy bien por qué no ha sido tan explorado en Argentina como sí en Brasil.  Pero sí puedo estar orgulloso de un puñado de películas argentinas sobre lo gaucho como Nazareno,  Juan Moreira y también por las películas de Hugo Fregonese.

 - ¿Cómo se vive el recorrido personal desde el momento en el que comenzaste a soñar en hacer esta película y ahora, veinte años después, cuando finalmente lograste concretarla?

- Principalmente, creo que aprendí a bancármela, asumiendo ciertos riesgos que tal vez no hubiera tomado antes, por resguardarme en cierta “rareza”. Pensé en el público a través del relato, la trama, con cierta… generosidad. 

- ¿Esta idea de pensar en el público tiene relación con el hecho de trabajar siempre desde los géneros?

- Bueno...el género puede ser un marco que te ayude, sin duda. Esa generosidad con el público tiene que ver con crear un enigma y tratar de que no quede irresuelto, por ejemplo. Que tu película tenga un desarrollo, una presentación de los personajes: cosas básicas que requieren los géneros. A partir de eso uno puede optar por cualquier tipo de camino y siempre es válido. 

La entrevista completa en la edición de Junio 2011 de Revista Haciendo Cine

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