lunes, 14 de mayo de 2012

STALKER DE ANDREI TARKOVSKY

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Por Eduardo D. Benitez
 “Este es el lugar más silencioso del mundo.” La frase se deja escuchar promediando Stalker. Si hay algo perturbador, que amenaza con inquietar nuestra situación de espectador, en este titánico film de Andrei Tarkovski es ese silencio que se propaga como una potencia mística; o como su reverso más temible: la voz susurrante de la naturaleza que nutre La Zona. Por eso, para penetrar en ella hay que ser inmensamente sigiloso, como un gato en el tejado eludiendo silencios, ecos, rumores de maleza balanceada por el viento. Ese es el gran desafío de los tres hombres que se aventuran –un Profesor, un Escritor y el Stalker: guía y conocedor de este inhóspito paraje- al tratar de ingresar en esta región cercada por alambres y custodiada por el aparato represivo del Estado: la de encontrarse nada más que con un metafísico mutismo. 
 En Stalker, la ciencia ficción se encuentra despojada de sus más elementales atributos, es un género arrasado que sirve simplemente para oficiar como soporte de una vacuidad acechante. La dimensión más descarnada de la exploración del sci fi que hace el director ruso, es aquella que genera un indescifrable extrañamiento cuando se nos revela ese otro mundo misterioso llamado La Zona con la apariencia del mundo que nos circunda cotidianamente. No hay mundos paralelos, ni epopeyas intergalácticas ni alienígenas en Stalker. Sólo  encontramos allí las coordenadas saqueadas de nuestro propio mundo: una geografía devastada por un aparente meteorito, tanques carbonizados, autos oxidados, el pastizal y la humedad asfixiantes. Una evidente referencia a la vetustez y la irreversibilidad de la guerra: “en el pasado se pensaba que alguien nos quería conquistar” balbucea la voz meditativa del Profesor. Como si ante las innumerables catástrofes naturales, bombas nucleares (¿predestinación del desastre de Chernóbil?), etc., Andrei Tarkovski nos sugiriera que todo lo que queda por hacer es callar y contemplar las ruinas…
 Sin embargo, el retrato de ese incógnito desastre no desalienta la expedición. Se sabe que la voz popular ha cimentado el mito sobre la existencia de La Zona: un lugar que cumple los deseos al ocasional visitante. Hete aquí la excusa fundacional con la que los tres nómades emprenden su viaje y el guiño esperanzador del director para que lo atravesemos con ellos asumiendo los riesgos. De todos modos, en el periplo de nuestros tres héroes no podemos ver el presagio de una configuración alentadora del mundo, más bien vislumbramos una melancólica filosofía del abandono. La elegía del Profesor, el Stalker y el Escritor no nos orientan a través del porvenir de un relato-catarsis  (tal vez sólo engañosamente), sino que nos pasean por los rastros elusivos de su propia pérdida de mundo. Por eso la ciencia ficción de Tarkovski no imagina futuros posibles, sino que mantiene una triste y profunda ligazón con el pasado. No parece desacertado porque, en este punto, podemos conjeturar a un Andrei Tarkosvki como representante de un cine como arte total, decimonónico, a la búsqueda de un pasado creativo que redima y trabaje las cuestiones del espíritu. Tarkovski como último romántico regala tal vez su más visionaria y lírica mirada desde las ruinas.

Reseña publicada en Revista Godard!

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