Por Eduardo D. Benítez
En una entrevista concedida a los Cahiers en 1965 Eric Rohmer -haciendo
clara alusión al debate sostenido con Pier Paolo Pasolini acerca de un cine de
poesía y un cine de prosa- dice: "yo no creo que el cine moderno sea
forzosamente un cine en el que deba sentirse la presencia de la cámara".
En este contexto Rohmer siempre profesó una suerte de militancia por un cine en
el cual la estructura del relato clásico fuera el relevo indispensable para el
registro de un real que se despliega en su temporalidad como dimensión estética
fundamental. Es decir, hacer una entrada al bazinismo sin salir de cierta
matriz clasicista.
Filmada como una experiencia semidocumental,
compuesta por diálogos casi íntegramente improvisados, esta obra rodada en 1993
registra los vaivenes y elucubraciones políticas en un ámbito micro: la
cotidianeidad del alcalde de un pueblo de la campiña francesa que tiene
como proyecto construir un gran centro deportivo y cultural. Habría que decir
que si hay un autor que paga las deudas de la teoría con su praxis cinematográfica,
ese es Eric Rohmer; y El árbol, el alcalde y la mediateca parece hecha
para confirmarlo. Sin llegar al extremo de “montajes prohibidos”, allí está la
secuencia de casi diez minutos donde el héroe del pueblo mantiene una larga
reflexión acerca de la izquierda francesa en la redacción del diario que apoya
su campaña. Un nuevo eslabón de su filmografía como gran etnólogo de la
burguesía francesa.
Reseña publicada originalmente en Revista Godard! (Perú))
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