Por Eduardo D. Benítez
Muchos
autores de la generación nouvelle vague
podrían dar seminarios enteros acerca del tema de los encuentros y
desencuentros amorosos en la ciudad luz: Godard y Truffaut son algunos de
ellos. Pero Rohmer no se queda atrás y se calza una cámara al hombro para sacar
a pasear a sus personajes por los barrios parisinos, a la búsqueda de ese aire novelesco
que parece encontrarse sólo en las calles de Montmartre. Muy cercana a su serie
de Comedias y Proverbios, Los encuentros de París presenta tres
relatos donde el azar cifra cada uno de los encuentros sentimentales y el amor
es un objeto sometido menos a los placeres de la carne, que a los de una discusión
moral. Como una constante marca de autor, las relaciones de sus personajes se
ven profundamente trazadas por una impronta lingüística, expresando con sus
palabras –sin embargo- exactamente lo contrario a lo que sienten, haciendo gala
de una suerte de estética de la palabra histérica.
Lo importante Rohmer es hacernos verosímil el recorrido de una narración y no
la verdad de esa narración. Esther disertará con su interlocutor sobre la infidelidad,
la pareja del tercer relato explicará su
pasión por una obra de Picasso y la economía libidinal que la pantalla devuelve
al espectador será negociada por cada ida y vuelta en los parlamentos, por cada
plano y contraplano. La tensión estará allí: en la porosidad que esos diálogos
generen, en el errabundeo displicente al
que deciden librarse estos neorrománticos incurables.
Reseña publicada originalmente en Revista Godard!.
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