lunes, 4 de julio de 2011

THE GREAT SCOTT




Publicados en diarios y revistas entre las décadas del 20 y el 40, los cuentos de F. Scott Fitzgerald que la Editorial Eterna Cadencia reúne bajo el título El precio era alto son el mosaico perfecto de una época en ebullición captado por una de las plumas más lúcidas del país del norte. 

Por Eduardo D. Benítez

Que los cuentos reunidos en este libro -aparecidos originalmente en medios masivos como el Hearst´s o el Saturday Evening Post- hayan sido escritos por su autor especialmente con la intención de reunir el dinero que le permitiera desarrollar su “verdadera literatura”, no tendría por qué guardar un aura negativa visto desde el presente. Leídos en retrospectiva, no cuesta poner en serie el corpus de El precio era alto con las novelas El gran Gatsby o El último magnate. De hecho, el universo que ambas ficciones evocan parece seguir incólume: los años inmediatos a la Primera Guerra Mundial, la efervescencia de los años veinte, el universo del cine, el glamour de las mujeres de rubio platinado, el encantador mundillo del jazz, el deseo de una juerga interminable y su correlato con cierto vacío existencial. El drama de una época que desbordaba de promesas y locuras pero que escondía un reverso más oscuro: La Gran Depresión. Como siempre, de ritmo elegante, de una cadencia exquisita, la prosa de Fitzgerald deja las huellas palpables de las transformaciones sociales de su época. Escritor que se erige como cronista involuntario de la realidad que le toca observar, Fitzgerald mira el mundo capitalista de finales de los años veinte con luminoso pesimismo. Y ni hablar cuando promediando la década del treinta tenga que rendirse al poder económico de ese arte llamado cine, que provoca las “emociones más obvias” como describió en El crack -Up. A pesar de haber elegido a Hollywood como su objeto a retratar, Fitzgerald siempre mantuvo una relación tensa con la industria. Impelido por urgencias económicas –una constante en su vida- trabajará a regañadientes para MGM a finales de la década del treinta. Pero si algo se destaca en estos cuentos es la enrome capacidad de su autor para delinear personajes fascinantes, intensos: la encantadora muchacha que retorna a su país transformada luego de prestar servicios para la Cruz Roja en Diamante Dick y el primer derecho de la mujer, el frustrado deportista de la Universidad de Yale que narra su tragedia privada en El Bowl de Yale.



 En la minuciosa arquitectura de sus héroes, Fitzgerald describió transversalmente el derrumbe de un abanico epocal de nada menos que veinte años. Sin embargo no es un simple placer arqueológico el que mantiene el interés por estos textos; al contrario, los conflictos de sus personajes dialogan con el presente a cada página. El adalid de la Generación Perdida está más vivo que nunca.

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