Sobre Santiago de Joao Moreira Salles.
Por Eduardo D. Benítez
En 1992 un cineasta fantasea encuadrando
con rigor las imágenes de un futuro documental cuyo epicentro sería el
mayordomo con quien compartió veinte años en la casa de su infancia. Sin
embargo, ese material capturado durante cinco días de rodaje no llega a
convertirse en el film esperado y el proyecto naufraga. Trece años más tarde el
mismo realizador reflexiona acerca de aquél material en bruto y como resultado
obtiene una obra bellísima titulada Santiago.
El documentalista se llama Joao Moreira Salles-el hermano desconocido de Walter; el excéntrico criado es el Santiago que da título al film: un hombre por
demás luminoso y querible que justificaría una película de diez horas.
Señor refinado y poliglota, de
gustos culturales medievalistas, doméstico de grandes familias de la nobleza
latinoamericana e italiana y compilador de infinitas fichas sobre las grandes
personalidades del mundo: todo eso es Santiago. Pero su exotismo no radica simplemente
en esas 30.000 páginas sobre la aristocracia universal que reunió a lo largo de
su vida. Salles encuentra en su mayordomo a un personaje fascinante de
conversación hipnótica en el que concurren varias lenguas (español, portugués e
italiano), que puede conjugar saberes eruditos sobre ópera con una cinefilia
basada en Fred Astaire y Cyd Charisse y hacer de eso su particular política
afectiva. Tal vez sería redundante aclarar que en su reverso, el film como
puesta en abismo de otro film le sirve a su realizador para repensar la manipulación de las imágenes documentales; e incluso
para tomar distancia y revisar el rite de
passage que lo llevó de la adolescencia a la adultez. Pero incluso así –si de pasajes se trata- la
mayor tensión se juega en esa delgada línea que existe entre retratar a un
Santiago íntimo ó a otro de carácter excéntrico que se erija como un gran
personaje cinematográfico. Para nosotros espectadores, ese interrogante será el
centro emocional que atraviese todo el metraje de Santiago.
Salles podría
haber utilizado las imágenes capturadas en el año 92 y hacer su documental
cómodamente. Pero –demostrando ser un cineasta inquieto y corajudo- reformulando
su trabajo de puesta en escena hace pública la propia vanidad en relación al
objeto filmado y desnuda aquello que provocó que su proyecto inicial quedara en
suspenso.
La vida puede ser lenta “ma non
troppo”, anota Santiago en su enciclopedia personal cuando se siente envejecer.
Este sentido documental parece hacer
revivir incansablemente un gesto ceremonial que sólo al cine le es propio: el
de fijar el testimonio de una vida en un tiempo preciso. Con una metáfora
baziniana hasta la médula, el propio mayordomo explica a cámara -como al pasar,
casi risueño- que en esos días de rodaje lo que realmente está en juego es su
embalsamamiento. Aquí está -tal vez- el
núcleo de extrema tristeza que gobierna al film entero. Sólo en el momento de su
“reflexión sobre el material en bruto” se abrió para Joao Moreira Salles la
posibilidad de percibir a Santiago de una forma inédita: olvidar que él es el
dueño de casa y Santiago su mayordomo.
¿Se
puede pensar que algo parecido a “la última despedida” –a la vez honesta y algo
culposa- sea el tema que organiza a Santiago?
Si, los trazos finales en voz off explicativa parecen confirmarlo. En el
proceso (¿aprendizaje?) que implica correrle el velo a su antiguo mayordomo y
conocer a la persona que había detrás, Joao Moreira Salles-aunque sea de manera
imaginaria dado que Santiago ya había muerto- pudo saldar las cuentas con su
propio pasado. Una posibilidad redentora que sólo abre el cine: la de volver
infinitas veces para repensar la extraña comunión que habilita el hecho de
filmar y ser filmado.
Reseña publicada originalmente en Revista Haciendo Cine.