martes, 3 de mayo de 2011

ANIMALES SYLVESTERS




 Se dio el gusto. Sylvester Stallone juega a hacer una peli con amigos, gambetea el pastiche y sale ileso. Mega flashback de action movie.

Por Eduardo D Benítez

La idea es fuerte: Stallone, Mickey Rourke, Bruce Willis, Arnold Schwarzenegger,  Jason Statham, Jet Li salen juntos a la cancha. Los peces gordos del aguante en un mismo relato. En sólo dos líneas de síntesis argumental queda esbozado el destino irremediablemente nostálgico de Los indestructibles. En tiempos en los que a los tipos duros del súper acción se les secó el alma (la tesis la sugiere el personaje de Mickey Rourke), a Sylvester Stallone no le quedó otra alternativa que mirar por el espejo retrovisor de la historia del cine y festejar sus gestos de antaño, invitando al homenaje a un posible heredero: Jason Transportador Statham.  Y efectivamente es así: el viejoRocky” le da duro al ombliguismo y convierte a Los indestructibles en un  racconto totalizador del cine de acción, más bien espeso en combos de patadas-piñas y lánguido en devaneos psicológicos. Sin embargo, sería mezquino no elogiar la manera en que el film se rehúsa a caer en la tentación de tomarse demasiado en serio a sí mismo. Stallone se las arregla para seguir fiel a la idea de un cine de entretenimiento y de remisión directa a los géneros, riéndose incluso de su propia carrera de actor. Humor autoconsciente, si. Pero humor al fin. 

 Detallemos el escuálido sostén del guión: Stallone y su sociedad de amigos mercenarios se embarcan en una misión para asesinar a un “fanático” presidente de una pequeña isla. Como es de esperar, el rostro del Mal se encarna en un país latino regido por un orden “despótico” (mix de referencias a Hugo Chávez y Fidel); y donde también mete la cola el diablo de las corporaciones norteamericanas liderado por un ex agente de la CIA  (impecable interpretación de Eric Roberts). Pero -muy al contrario de lo que se podría deducir- Stallone le suelta la mano al cine de gesta nacionalista, a la epopeya titánica de El nacimiento de una nación que vemos recrudecer en la pantalla por doquier en relatos apocalípticos (2012 a la cabeza). Y esto, el film lo reafirma con un chiste cómplice en el que Schwarzenegger rechaza la invitación a participar de la misión y Stallone apunta socarronamente: “…quiere ser presidente”. Como si nos dijera – un poco guiñando el ojo- que la verdadera misión de los muchachos mercenarios no radica en hacer explotar la isla dictatorial; si no en hacerle un mimo al espectador de un cine popular que se supone perdido. 

 No es imposible pensar a Los indestructibles como un documental en el que el propio director se muestra como un tipo enamorado de su pequeño universo ultraviril. Como un testimonio donde queda registrada su inscripción dentro de la historia del género y la huella de su posible legado. Ese entramado (¿traspaso?) entre generaciones queda sellado en la mescolanza corporal de torpe coreografía que es Los indestructibles. Aquí, los cuerpos modelos del cine de acción entrelazan sus capas generacionales: ese cuerpo viejo y cicatrizado (¿el género mismo?) pero dotado de la sabiduría serena que da el paso del tiempo (el de Stallone, el de Rourke) parece cerrar su trama dando lugar a un cuerpo nuevo más tonificado pero con menos experiencia (Jason Statham). 

 En su personal electrocardiograma del cine de acción, Sylvester Stallone no corre detrás del sueño americano. Simplemente  le basta con recuperar y sostener un pedazo de dignidad llamado amistad y venerar sus propios chiches bélicos.

Reseña publicada originalmente en Revista Haciendo Cine

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