lunes, 24 de enero de 2011

LA PROMESA




El cine francés construye su carretera perdida. Un estafador arrepentido, una alcaldesa que devuelve dignidad a su municipio y la recuperación del trabajo como alegoría de solidaridad comunitaria. Bienvenidos a La mentira de Xavier Giannoli.

Por Eduardo D. Benítez

No es por medio de la colaboración errática de un Gérard Depardieu o el trabajo protagónico de un lacónico François Cluzet que La mentira encuentra su centro emocional. El director Xavier Giannoli sabe que la presencia refulgente de Emmanuelle Devos es clave para la historia que  quiere contar. Esa alcaldesa desamparada en una localidad de provincia no sería posible sin la respiración, sin la economía gestual de esa gran actriz que supimos conocer mejor que nunca por medio de Arnaud Desplechin (Reyes y reina, Un conte de Noël). Premio César a mejor actriz por segunda vez por este papel, Emmanuelle Devos le pone el cuerpo a un personaje que matiza las tensiones de un pueblo esperanzado ante la aparición de un supuesto empresario del rubro de la construcción. Tratándose de una película  que presenta a su personaje principal como la piedra angular por medio de la cual se estructura y revitaliza un amplio abanico de relaciones humanas (las del pueblo mismo), no es exagerado destacar por encima del resto del film a una actriz de reparto.


Basada en hechos reales, La mentira nos presenta la historia de un bastante poco elocuente estafador. Sobrio, más bien básico en su oratoria, no conocemos en profundidad las intenciones de Philippe Miller (así se hace llamar). Sólo podemos asistir –en principio- al despliegue de su farsa artesanal: plotear el logo de una empresa inexistente en su camioneta, alquilar clandestinamente máquinas para la construcción, inventar membretes para documentación trucha…en definitiva: tratar de hacer posible una ficción. Y bajo esa misma empresa ficcional es como se presentará en un pueblo olvidado, como un agente encargado de rehabilitar una obra en construcción abandonada hace años. Convertido en una especie de mesías fraudulento, Philippe Miller agita el avispero y seduce a inversores ávidos de negocios en un paraje que hasta el momento de su llegada se encontraba en un estancamiento productivo como fruto de un fuerte desamparo estatal. Con la llegada de nuestro héroe, la promesa de una mega autopista moviliza al pueblo amodorrado que anda a caballo de preocupantes índices de desempleo y de gobernadores a la deriva. Tal vez  en este punto el film evidencie su pliegue más previsible y trace de manera demasiado evidente su proclama alegórica,  cuando un embaucador de poca monta muta en héroe quijotesco y las vidas desamparadas de los moradores se reencauzan a fuerza del golpe cotidiano de máquinas excavadoras y gambeteadas administrativas imposibles.

 Hace apenas dos años, otra película esbozaba con similar retoricismo un mensaje casi diametralmente opuesto. Con su ópera prima Home, la suiza Ursula Meier registraba la reconstrucción de una autovía como la crónica crepuscular de una feliz sinfonía del aislamiento para Isabelle Huppert y compañía. La subjetividad de una familia se veía radicalmente transformada por un afuera opresor. El encierro utópico llegaba a su fin y había que salir del costado de la carretera, asumir la realidad de la comunicación urbana, la mugre y la polución auditiva. Casi como contracara de esa reclusión idílica -pero con similares vías de metaforización - Xavier Giannoli intenta construir una fábula moral donde el ritmo cardíaco de una población entera encuentra su sentido en el propio proceso de producción de una autopista que ni siquiera saben a dónde conduce. De un lado (Home) las fantasías de un mundo recluido y en armonía. Del otro (La mentira) –tal vez con cierto romanticismo- la voluntad  de vivir juntos confirmando la premisa fassbindereana de que “el trabajo es el único tema que existe”.


Reseña publicada originalmente en Revista Haciendo Cine nº 111

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