sábado, 15 de enero de 2011

LA SERIEDAD DE LA INFANCIA




Por Eduardo D Benítez

La adaptación del cuento infantil de Maurice Sendak, Donde viven los monstruos, trae de regreso a Spike Jonze. Tras su decurso videoclipero, el ladrón de orquídeas salda sus culpas en el purgatorio del cinéfilo herido, recobra su infancia perdida y hace un film desparejo pero visceral.


Un niño de ocho años, Max, huye de su casa tras una noche de discusión familiar y “se pierde” en una especie de bosque encantado habitado por monstruos regordetes, peludos, algo sentimentales y torpes. En esa comuna de queribles freaks, Max desata la imaginación y se autoproclama rey. Es ese el espacio en el que transcurre la mayor parte de Donde viven… y donde se describe la fuga fantástica en la mente de un niño incomprendido e incomprensible que hace de ese bosque su “fuera del mundo”,, su parque de diversiones. Pero de pronto nos damos cuenta que el viaje de Max a aquel reino, es un capricho de su director que nos mete de lleno en un tour personal para pasearnos por su virtuosa labor en la dirección de arte. Y no está nada mal que así sea, que Spike Jonze nos invite a espiar un poco sus juegos de niño cuyo velado fin no es sino cierta autocomplacencia. Hay una curiosa paradoja en un film que puede ser distribuido como "infantil" y que no se inscribe en la categoría de bodrios pedagojizantes marca Hollywood. No hay en la fábula ningún afán formativo, ninguna moraleja perseguida con objetivos moralizantes. Esa es tal vez la apuesta más arriesgada de una película de la cual se espera entretenimiento y didactismo. Donde viven los monstruos es simplemente una imaginación puesta en acto: nada más y nada menos que la de un niño en soledad. Los nenes se portan mal, los adultos no los comprendemos, y punto. Esa antipedagogía extrae lo más bello de un film a veces desprolijo pero que hace uso de un poder-decir sin filtro como lo hacen los nenes. No sabemos si Max vuelve a su casa más experimentado tras su épica personal, pero él sí sabe que en adelante tiene un micromundo disponible para cuando lo necesite.

Un film tierno en el que -tal vez- algunas secuencias naufragan más por un problema en el armado del guión (los personajes, por momentos, se develan bastante esquemáticos); que por la integridad misma de su manejo en la puesta en escena.  

Reseña publicada originalmente en Revista HC


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